Escribo, escribo y escribo y no termino. Abro un documento nuevo y arranco varias hojas pero no concluyo nada. Vengo coleccionando comienzos. A esta altura no sé si pueda terminar esto que estoy escribiendo ahora. ¿Qué es esto? ¿Qué quiero terminar? No quiero terminar de escribir nunca. Quiero escribir un libro infinito, que no te aburra, que te sorprenda, te sumerja, te emocione, te haga reír, llorar y vomitar. Un texto que te enamore y otro que te enferme. Como yo, que me enamoro, me enfermo, me distraigo y, si me descuido un segundo, aparezco fumando crack en una casa tomada llena de hippies que hacen malabares. No queremos hacer eso. ¿Por qué siempre hablan de droga? Son re cargosos.
Escribo y escribo y no termino ninguna idea. Abro un paquete de vainillas y me como seis con dulce de leche. Abro el tubo de papas fritas y me como la mitad. Abro el paquete de salchichas y me como un pancho. La cocina está llena de paquetes a medio comer. Como un poco de todo y me lleno tanto que al otro día no como nada. Estoy medio trastornada pero más allá de mi estómago diminuto que se come la vida o no come por tres días, abro y no cierro. Hay puertas que no quiero cerrar. Mi estómago tiene que abrirse y yo tengo que comer más y fumar menos cigarrillos.
Me caen mal esos hippies, los odio. Hablo de los chantas que viven en la casa tomada, hacen malabares y les piden plata a la mamá. No todos los hippies, para nada. Mi mamá fue hippie en los 70, de las de verdad. Mi tía también fue hippie. Hasta que decidió tomar las armas por amor a la causa. Al final se asustó de lo que estaba pasando a su alrededor. Escapó a Europa antes de que mataran a todos sus compañeros y amigos de la facultad. Mi tía Gladys no fuma crack. Yo tampoco ¿ok?
Estoy meta que meta con la escritura meta porque ¿por qué? ¿Será que no tolero simplemente «decir» y necesito «decir sobre decir»? puedo solo mostrar. Y ya. Pero no. Yo vuelvo a escribir solo cuando escribo sobre escribir. Cosa que es bastante aburrido. ¿Saben qué cosa no es para nada aburrida y de hecho es realmente divertida? Fumar crack.
No es mi responsabilidad transmitir ningún valor moral así que chupenme la pija. Perdón, re feo hablarles así. Ustedes me están leyendo de mil amores y yo los trato mal y encima les recomiendo hacer cosas malas para la salud.
Mi salud no está en su mejor momento. Peso 45 kilos. Perdí un talle y medio de corpiño, eso es sinceramente lo único que me entristece de la situación. Desmayarme cada tanto es un poco preocupante pero siento que se solucionaría si tomase unos saques de BASTA. Un límite les pido. Limites necesito. No hagan nada de lo que hago ni nada de lo que les digo si quieren ser normales. Yo quiero ser normal, y ya sé que ustedes tampoco se sienten normales, pero no me jodan, ustedes no están escribiendo en un cuadernito con una lapicera violeta, en el piso del baño de una casa tomada llena de malabaristas idiotas después de fumar crack en el patio. No están en cuclillas escribiendo junto a la bañadera llena de ceniza y el olor a palo santo que se filtra por una ventanita. Ustedes no abrieron apenas la puerta para dejar pasar al perro que parece una vaca gigante con ojos celestes, ¿O si? Este perro tal vez sea lo más parecido a una vaca que pueda acariciar en mi vida. Es muy gordo. Creo que es una perra embarazada. Creo que tengo que salir del baño y huir de acá. Me encerré porque todos me caen mal. No es porque sean jipis de mentira, está todo bien con todo pero por Dios, los hippies antes eran buena onda, estos son medio nazis, no entiendo nada. Está raro el mundo. Voy a abrir la puerta y voy a salir corriendo de esta casa. Me voy a llevar al perro-vaca. Va a ser más feliz en cualquier otro lado. Tiene ojos celestes y manchitas negras sobre el blanco. Lo quiero mucho. Quiero salvarlo. ¿Salvarlo de quién? De los hijos de re mil puta de los jipis que están escuchando Pink Floyd al palo. Me recuerdan a cuando tenía 15 años y me flasheaba el mundo. Ellos y sus duendes, sus guitarras sin cuerdas. Claro, son una manga de fisuras, no son hippies. Hippie era mi tia, antes de tomar las armas en nombre de… ¿La paz? Bueno, lo de siempre. Yo tampoco soy hippie y tampoco quiero seguir en esta casa porque no quiero pasar desapercibida entre estas pobres almas. No quiero estar cómoda en este lugar. Debo escapar. Debo robarle la varita al esquizofrénico que está en el colchón de esa esquina. Hace varias horas está repitiendo que con esa varita puede mover las nubes. Nos hizo salir al patio para mostrarnos su poder y funcionó. La varita es una rama caída de un árbol, con la forma naturalmente muy prolija de varita mágica. Se la voy a sacar de las manos y voy a correr. Voy a esperar a que se termine la cerveza. Voy a robar al perro-vaca y nos vamos a salvar.
Voy a escribir algo que pueda terminar. Voy a abrir la puerta del baño y de la casa. Con la varita mágica en la mano, apuntando al cielo y el perro-vaca a mi lado vamos a correr, en libertad, hacia un lugar mejor.
Si no termino nada de lo que empiezo es porque el show debe continuar. Colecciono comienzos para volver a empezar. Un paso tras otro, no retomo nada donde lo dejé. Arranco por otro lado, como ahora, que arranque con tinta violeta en la esquina del baño en cuclillas. Mientras corremos pienso que nunca voy a dejar de buscar esta fe, este estremecimiento.
En esta fe y en este estremecimiento, escribo.
En esta fe y en este estremecimiento, vivo.
Y es esta fe y este estremecimiento, todo lo que tengo para decir.
Me gustan las reiteraciones poéticas. Uno repite una y otra vez la misma historia para aprender. Uno aprende el poema releyendo. En la repetición hay algo que se logra entender aunque no se pueda explicar.
Yo no entiendo nada, pero tengo una varita que mueve nubes, un perro que es casi una vaca y en sus ojos celestes dice que me ama y yo lo amo a él y a su enorme panza. Tengo tres mil pesos en el bolsillo del jean con los que pensaba comprar un pucho suelto. El kiosquero me convidó un tabaco armado suyo. Lo fume sentada en la puerta, junto al cartelito luminoso que dice «kiosco», acariciando a la vaca, que mira obnubilada los círculos de humo que expulso por la boca. Adentro suena "Sweet Dreams”, de Eurythmics. Le pido al tipo que suba más. Sorprendentemente lo hace. Me paro y bailo una coreografía perfectamente fluida, moviendo la cabeza y la cadera al ritmo del flow ochentoso de Annie Lennox que dice: “Los dulces sueños están hechos de esto / ¿Quién soy yo para no estar de acuerdo? / Todos estamos en busca de algo”.
Tengo una lapicera de tinta violeta y un cuaderno con 92 hojas para empezar de nuevo. Tengo 92 posibilidades de comienzos distintos. Vamos a empezar con esta.
Me encantó el ritmo del texto, me sentí en mi mente
Entré por lo de la vaca. No salí decepcionado.