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Tengo esta necesidad de escribir algo distinto. Siento que debería hacerlo en papel porque sería una basura, y en internet puedo borrar, pero no puedo hacer un bollo la pantalla y tirarla al tacho. Quiero hacer eso: meter los últimos suspiros en un papel y tirarlo a la basura.
Creo que tengo sueño. Tal vez por eso no se me cae una idea, ni una silueta, o un boceto, o un esqueleto.
En algún momento contaré la historia del oficial de seguridad de la vieja biblioteca, que aprendió a leer ahí en el trabajo y ahora es amante de la poesía. Cuando nació, lo dejaron en una canaleta. Le gusta ir a bailar guaracha en un antro cerca de Plaza Miserere.
Hoy tuve el día libre. A las doce del mediodía fui al consultorio de la ginecóloga a buscar los resultados del Pap. Me dijeron que el laboratorio se los entregaba mañana. El viaje en bondi hasta allá duró exactamente cincuenta y cinco minutos. Mejor, no quería pasar la tarde en una sala de espera.
Caminé hasta la feria de Plaza Francia, compré una pulsera con cuatro piedras de ojo de tigre engarzadas en alpaca. El artesano me regaló un amatista que guardé en el bolsillo del jean. Después entré al cementerio de Recoleta. Había grupos turísticos con guías que hablaban en español y en inglés. Ahí no corría viento, pero hacía más frío. Por los pasillos angostos no se escuchaban los autos que transitan el otro lado del paredón, pero se oía con nitidez la grabación de Balada para un loco de Goyeneche con Piazzolla, que salía del parlante de los bailarines del parque de enfrente. También sobrevolaba el piar de los pájaros, que se paseaban por las cúpulas de los mausoleos. Saltaban desde las cruces hasta las cabezas de los ángeles.
Es divertido asomarse a las casitas con sus puertas de vidrio tapadas de telarañas, rodeadas por cadenas oxidadas cerradas con candados. En general, me da vergüenza ver gente tomándose fotos en el espejo, pero ahí me nació hacer eso. Con el celular saqué una foto de mi reflejo superpuesto con tres ataúdes apilados uno arriba del otro.
Cuando empezó a anochecer pasé por el baño del shopping a mear. Vi una pulsera parecida a la mía que costaba el triple.
Estoy en casa con la calefacción prendida, sentada en el escritorio junto a la luz del velador. Podría leer o ver una serie e ir a dormir, no hago eso hace mucho. Solo escribo, y está bien. Me da miedo no hacerlo. No quiero dejar de escribir nunca. Ahora estoy acá, aunque sea vacía y con sueño.
Ya no hablo de droga, ahora hablo de amor. Es lindo eso.
Saudade porteña. Es lindo también leerte de otras formas, Ana.
Qué lindo paseo Ana. Me puso contento leerte de otra manera, con sueño por haber caminado mucho en un día de libertad. De la del trabajo y de la otra. Un abrazo.